pintorapalopi.com Blog CUENTO: Nina (V) Inteligencia Vegetal.

CUENTO: Nina (V) Inteligencia Vegetal.







El
colegio de religiosas está repleto de antiguas reliquias. La Sagrada Eucaristía
y el Santo Rosario  suceden todos los días. Además de estudiar, hay
forzosas lecturas: La Santa Biblia y el Catecismo… con rapapolvos, para él “por
si acaso” cayeran en pecado pequeñas almas nítidas.


Cristo
se antepone aunque nunca esté visible. Tiene la facultad de conocer y saberlo
todo, es ejemplo de abnegación, bondad, entrega y
sacrificio.  Bueno…es  visible en retablos y esculturas, la
más bonita, el Cristo crucificado colgado en la capilla. Los rostros de Cristo
son moldes de dolor, súplica y perdón, sin una sonrisa que abrigue los tiernos
corazones de las niñas.

Nina
ha suspendido todas las áreas por falta de interés y atención. El curso
sigue…sin ella, bueno, Nina está presente pero como si no estuviera, duerme,
sueña o colorea. En vez de atender en clase, ve más atractivo el bostezo matinal
de ramas y árboles y contemplar cómo escampan los primeros brotes.

Una
mañana desde la ventana de clase Nina mira con mucha atención cómo planta
pequeños árboles el jardinero. Piensa en la magia de compartir ambos
reinos, animal y vegetal los mismos elementos para la vida; agua, aire,
tierra y fuego. Ambos se nutren de los mismos ingredientes, solo que la
estructura del reino vegetal requiere proporciones de esos elementos en
cantidad diferente.

Millones
de años antes de que aparecieran especies animales que progresaran y
evolucionaran más tarde hacia la raza humana, surgió el reino de los vegetales.
Su larga evolución como especie inteligente avanzó por aspectos no comunes al
entendimiento y desarrollo humano. Su capacidad de contactar, de comunicar con
otros seres nunca fue comprendida ni estudiada, más bien lo contrario, como si
careciera de percepciones y sensaciones fue devaluada.

Es
otra opción, otra forma inteligente de vivir. Para alargar su estancia en el
planeta, supeditó estructuras y formas de vida, sumiso como esclavo a total
dependencia de la tierra. Milenios contemplando los cambios que se
producían en el agua, aire, tierra y fuego, dieron tiempo suficiente para
pensar cómo sentir desde un mismo lugar orillas y costas de otras áreas del
planeta. Jugó con bellos pigmentos, creó mágicas estructuras y sembró el suelo
de abalorios, cautivadora geometría.

Es
una fuente inagotable de sabiduría moldear un mundo de infinitos tonos verdes,
aromatizar su aire, cubrirlo de multicolor y motear la espesura con bellas
siluetas de frutas. La opción para perdurar es la simplicidad en las formas de
vida, así logran ser ente principal, inteligencia vegetal, supervivientes que
aman y cuidan la naturaleza.

Una
simiente se aferra al suelo, se protege, profundiza, lo atraviesa como acero
para anclar raíces. Cuando siente apresada la tierra empuja al exterior su
cilindrado cuerpo y, con ansia de sentir luz y calor, la fragilidad del tallo
cobra fuerza de puñal, capaz de atravesar estratos, mientras que sus estilizados
cuellos se aferran estoicos a las hebras desnudas de sus nervios. El jardinero
a los débiles y pequeños les une fuertes tacos de madera sujetos con anchas
gomas negras, les auxilia a soportar los violentos vaivenes del viento.

Nina,
cuando llega la primavera les ve alzarse y expandir sus brazos. Más tarde les
ve aflorar sarpullido, un suave Cupido de tierno algodón seguidas de miles de
hojas chicas, de aspecto lozano, de oscuros granates expuestos al sol…
amontonadas unas sobre otras como en maratón. El aire se vuelve serpentín,
forma pelotillas huecas de algodón y cubre de blanca nube tablados paseos,
calzadas y bosques.  Es hilo de suave hebra, etérea espuma vegetal
que cubrirá la parte más tierna de  los nidos.

Una
mañana en plena clase Nina descubre un pequeño amasijo entre ramas. Ante la
sorpresa se le escapa… ¡HAY! e interrumpe la clase de la profesora. La hace
levantar para que explique qué le provoca sorpresa. Las compañeras
observan tras cristales la arboleda pero no aprecian nada diferente. Nina dice
que en el árbol de enfrente, tres ramas sujetan un pequeño nido.

Al terminar
la clase las niñas salen corriendo  para verlo. Nina siente una
punzada de dolor al sentirse responsable de exponerlo al peligro.

Una
madrugada de marzo, el colegio entero dormía, menos Nina que desvelada, no
podía por el frío intenso que rodeaba al nido.

Sin
despertar a nadie en camisón y zapatillas sale al jardín. Rodeada de frío
glacial Nina ve escampado hilos, hojas y ramitas del nido. Con gran desasosiego
busca largo rato hasta encontrar cascarillas de huevo y el cuerpecito peladito
de una cría de pajarito, a varios metros de su árbol cobijo.  Nina
protegiéndolo, lo guarda en su mano derecha. Obsesionada con la búsqueda del
resto de aves del nido, no atiende a los azotes de llanto del gélido frío.

Nina
oye voces. Siente que la mueven y lavan, oye pisadas y mucho ajetreo, pero no
es consciente de lo que pasa. Oye voces femeninas decir que al intentar abrirle
la mano derecha para lavarla convulsiona. La mano cerrada, con puño firme
guarda algo. En otra ocasión le pareció oír la voz del médico decir “si no
remiten las fiebres este fin de semana, el lunes por la mañana a primera hora,
deberá ser llevada al hospital”.

Nina
despierta el domingo después de haber permanecido inconsciente tres días por
alta fiebre a causa de una neumonía. Despierta con hambre y al ver en la mesita
la bandeja con tazón de leche y magdalenas, abre el puño y deja en su lugar lo
que guarda.  La Sor al recoger el desayuno, pega un grito y le cae la
bandeja al suelo al ver en el papel de las magdalenas una cría de pajarito.
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