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Consternación.

Ambas, mi hija y yo, nos hallábamos
dentro del edificio de un aeropuerto. No recuerdo si viajábamos las dos o si
ella se adentró para facilitarme la carga de la única maleta que portaba.
Nos encontrábamos en las proximidades
del terminal donde debía coger el avión cuando de pronto, en el extremo donde
nos disponíamos a esperar surgieron gritos de terror y corridas de personas que
intentando salir del edificio, tropezaban, empujaban y se golpeaban entre ellos
luchando por salir del edificio los primeros.
No sabíamos que pasaba, pero enseguida
los altavoces dejaron caer la voz contundente: DESALOGEN LAS SALAS, POR FAVOR,
RÁPIDO, CON ORDEN DIRÍJANSE HACIA LAS PUERTAS DE SALIDA. POR FAVOR, ABANDONEN
EL EQUIPAJE, SALGAN LO ANTES POSIBLE DEL EDIFICIO.
Dejamos abandonada la maleta a la vez
que nuestras mentes comunicadas se decían que no tenía sentido llevarla. El
caos generado impidió la aproximación a las escaleras para bajar a las puertas
de salida, así que mientras los altavoces seguían avisando de un inminente
atentado de bomba nos refugiamos las dos solas abrazadas en el descansillo de
unas escaleras de mármol.
Debido a la ansiedad provocada por la
situación, no prestábamos atención a los mensajes que transmitían los
altavoces. En mi mente quedó gravado el cuatro. No sé si este número
correspondía a la terminal cuatro, a cuatro horas para revisar concienzudamente
el edificio por las fuerzas de seguridad, o si correspondían a salas, aviones o
seres humanos afectados.
Sintiendo de forma inminente gran
detonación y desastre esperamos lo peor en el descansillo de la escala. Pensé
que no estábamos en buen sitio, que el mármol podría ser causa de daño físico
si se viera afectado, pero ante la duda del momento exacto que iba a surgir la
detonación nos quedamos esperando la deriva de nuestra existencia.
Por segundos vi deshacerse mis entrañas.
Mi muerte no me importaba, lo que provocaba dolor era la presencia de ella que
me abrazada sin palabras. Siempre deseosa de tenerla junto a mí y ahora cuánto
dolor siento que esté a mi lado. Desearía que ignorara este momento y se
hallara muy lejos. Quise entonces decirle las cosas que el corazón guarda, y,
abrazada, sintiendo en tensión su frágil cuerpo me dijo, “tranquila mamá
estamos juntas”.

En mi mente vi a mi marido que estaba fuera del edificio. Pensé que en este lapso de incertidumbre y miedo se habrá enterado de lo
que ocurre, y lo peor, presenciará el desastre.  Sentí su sufrimiento
interior como si mi piel fuera su piel y deseé que este momento no hubiera existido.
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