pintorapalopi.com Blog CUENTO: Nina (IV) Clases, chuches y castigos.

CUENTO: Nina (IV) Clases, chuches y castigos.



La vitrina: chuches y otras cosas.
La vitrina de los chuches se halla situada en la salita de estar, única
gran sala donde descansan y ven la televisión las niñas. La vitrina está
dividida en cinco estancias horizontales de cinco metros de largo. Su base de
madera mide un metro de alto, sus puertas correderas siempre estuvieron
cerradas, nunca se abrieron para nada, así que ninguna sabe lo que guarda.
Sobre ella se levantan cuatro alargadas estancias acristaladas. La custodia un
gran candado que se abre cuando las pequeñas se ponen en fila en riguroso orden
de llegada, siempre en horas de recreo.
Zonas altas de la vitrina
Se visualiza con nitidez material de diversa índole: estilizados lápices de
punta carbonada muy fina, algunos llevan incorporados sombreros de coloreadas
gomas de borrar. Cajas de lápices de colores Alpino en diferentes tamaños…para
según presupuesto; la más pequeña contiene seis colores; la caja mediana tiene
doce, hay más tonos; la más grande, tienen veinticuatro…es la más cara y agrupa
gran variedad de tonalidades. Gomas de borrar de varios tamaños, de agradables
olores y colores. Sacapuntas de metal y plástico. Bolígrafos Bic azul, rojo y
negro. Libretas de varios tamaños y grosores, cuadriculadas, lisas y en rayas
con rígidas tapas de cartón bañadas de intensos colores. Paquetitos de
plastilina para que la creatividad de diminutas manos modelen sus sueños.
No faltan objetos religiosos: tarjetas postales de santos con su oración y
plegaria santoral, escapularios, estampitas, rosarios, cadenitas, medallitas de
la Virgen María y Crucifijos. Hay material de correos: cartas, sobres y sellos
para escribir a casa, y tarjetas-postales de bellas ciudades españolas donde
lucen soberbias arquitecturas monumentales.
También hay muñecas, sin pequeñas que las besen, manitas que laven y peinen
que anhelan ser abrazadas y estrujadas mientras duermen. Sentadas tras cristales
permanecen estáticas en el tiempo. Un cúmulo de luceros vivaces, guardan en
infante corazón, deseos incumplidos. El candor de miradas inocentes desvelan
“no la compres, desaparecerá la primera noche”.
Zonas bajas de la vitrina
Contiene infinitos sabores, seductores colores y atractivos olores
guardados en grandes y transparentes botes de cristal, separados según tipo de
golosina. Los caramelos visten transparencias provocativas y estimulantes
sabores…que esperan ser confín de sonrisas en pequeñas siluetas labiales.
Caramelos sugus, chicles, suculentas nubes esponjosas, gigantes fresones,
palitos de fresa, moras rojas y negras, piruetas, palitos pica-pica, chupa
chus, gomas elásticas con fragancias fresa y limón, maxi-crujitos, caramelillos
vestidos de brillantes cubiertas sabor a menta, miel y limón, puro-moro o
largos palitos de regaliz negro, la-casitos, conguitos de chocolate y varios
tipos de chocolatinas.

Hay grandes caramelos de chocolate cuadrados envueltos de doble faldón y guapa
capa. Bajo el papel dorado hay otro blanco en contacto con el dulce. Tras el
primer mordisco sella la boca. Apodado por las niñas como “el sacamuelas”
impide abrir la boca al pegar las muelas. Deben esperar largo rato para que el
efecto de la saliva consiga disolverlo. Están prohibidos en clase. A quien
pillan con chicle o sacamuelas, la profe se lo lía en la cabeza.
Nina, en sus años de colegio tuvo sacamuelas y chicles en la melena
obligándola en tres ocasiones a cortárselo como un chico, viendo malogrado su deseo
de lucir melena, presumir larga trenza y sentir saltar al caminar sus onduladas
coletas negras.
La espera
Nina recibe cuatro pequeños envíos de dinero al año. Lo necesita para
cubrir un pedacito de esa empalagosa dulzura necesitada. Cada espera se le hace
eterna y cuando llega tiene tal ansiedad acumulada que como imán atraído por
hierro se pega a la vitrina. Cuando oye la sirena de salida al recreo, en vez
ir al patio, como flecha va a la salita…debe aventajar en la cola, o ser de las
primeras para poder elegir los chuches que le gustan. Dulcemente saciará y
silenciará los bailes y truenos que brotan de su barriguita.
Nina goza al ver sus bolsillos cargados de esponjosas nubes de aromática
fresa, polvoreados de azúcar glas muy fina. Debe comerlos antes de caer
dormida, de lo contrario a la mañana siguiente se hallarán en otras tripitas.
El dulce reparto
Cuando en grupo de amigas, una de ellas se puede comprar, las demás esperan
cerquita y una vez obtenidos forman círculo para saborear los caramelos una a
una. Primero lo saborea quien los paga, después ensalivados, los van pasando
una a una, así hasta que al final todo el grupo saborea las dulces golosinas.
Cuadernos, olores y sueños
Cuando Nina estrena cuaderno, la suave fragancia que emana embruja su
olfato, esbozando la mente a la quietud.
La inspiración de un aroma, adula y despierta al resto de sentidos. Nina se
siente arrastrada, incapaz de luchar, cae plácidamente dormida. Olvida por
completo donde está, perdiendo el hilo de la clase.
A media mañana, en el pupitre reposa su cabecita, rodeada de sensaciones,
el sol la cubre de caricias. Nina adormece a las doce del mediodía. Sueña oír
lejano la sirena de salida, en ese momento para no quedarse sola, fragmenta su
sueño matinal. Sale y entra a clase como si fuera refugio diurno de ilusión,
ensueño y fantasía. Sin aprender nada, se sienta la última para no ser vista ni
ser llamada a la pizarra.
Soy un burro
Un día, la profe con gran sentido de ridículo ajeno, la descubrió con la
boquita abierta cayéndole la babita. Nina, plácidamente al calorcito del sol,
dormía.
¡Nina! sal a la pizarra…Nina dormía. ¡Nina! que salgas a la pizarra, Nina durmiendo ¿es posible que no despierte? ¡Nina! Toda la clase mirándola y riéndose. La compañera de delante le da pataditas
para que despierte, pero ni esas. Al cabo de un rato de ser objeto de atención
despierta asustada al sentir el empujón de Carlota, amiga y vecinita.
La profesora, ordena que salga a la pizarra y repita la clase dada en la
mañana. En silencio, rodeada de miradas y risas arrastra sus ojos hasta
tropezar con el rostro amargo de la profesora, que con aspereza insiste que
salga a la pizarra.
Si no lo hace bien, la pondrán la diadema de grandes orejas peludas y
encima del uniforme le coserán el chalequito con letras mayúsculas
 ¡soy un burro!
Haber Nina, empieza multiplicando 485×1000 y divide 485/1000.
POR DIÓS, POR DIÓS, VIRGENCITA MÍA…
Nina rompe varias veces la blanca tiza hasta alcanzar a escribir con
pequeños pedazos, primero números y signos, después para, no puede seguir, no
sabe mover las comas de multiplicar ni dividir.
Teme lo que le espera, le entran rápidas ganas de orinar. Su pequeño cuerpo
tiembla esforzándose a no caer al bailarle las piernas. Sabe que si no sale
airosa llevará colgado cartel y no puede permitírselo. Después de ver con mucho
cabreo a la profe y concentrarse en cómo lo hace, descubre que sólo es cuestión
de correr la coma.
Multiplicar, correr la coma a la derecha. Dividir, correr la coma a la
izquierda. Empieza a realizar bien divisiones y multiplicaciones por fortuna
sólo realiza operaciones de 10, 100, 1000…por ahora se libra de llevar el
trajecillo. La profesora al ver que al final no puede colgárselo, llama salir
al pódium a Carlota.
Otra que anda en las nubes. Carlota por lo general no duerme en clase,
atiende, pero le cuestan las matemáticas, no sabe correr la coma derecha e
izquierda y le colocan el trajecillo.
Ninguna de las que anteriormente llevaran el trajecito habían llorado.
Carlota no se mueve, permanece quieta mientras la profesora cose con rabia el
chaleco de burrito. La clase inmóvil presencia su dolor, aunque no entienden su
intenso llanto.
Mientras, Nina se siente rodeada de calor y tibia humedad. Al ver a su
mejor amiga sufrir lo que escasos minutos antes, fuera destinado para ella, la
impacta de tal manera que sentada en el pupitre, sin darse cuenta se orina
encima.
Al salir al patio, el grupo de amigas la hacen compañía para evitar burlas
de otras aulas, entonces Carlota les dice que le duele la espalda y siente
pegada la ropa. Las niñas quedan aterradas al no poder levantarle las prendas
al ver cosido el chaleco a la menuda espalda de Carlota. 
Imitando a ser mujercitas
Una mañana, en clases de matemáticas, la Sor entró con prisas a clase para
avisar a la profesora que acudiera a una llamada urgente. La profe sale dejando
sus pertenencias en el aula.
Entra al cabo de quince minutos, sube al pódium dispuesta a seguir con la
clase. Realiza un parón, se queda observando al aula, las niñas no comprenden
al ver su cara de asombro, como si estuviera viendo película de terror… y
exclama ¡QUÉ HORROR! ¡QUÉ HORROR! Y sale corriendo sin decir una palabra.
Enseguida entra con la Hermana Directora y suben al pódium, calladas miran
atónitas a las menudas. Las niñas contentas, se sienten guapas, femeninas y
adultas. Perfumadas, llevan pintarrajeadas los labios, rayas y sombras en los
ojos y un puñado de coloretes. Parece un aula de viejas marionetas.
¡QUÉ VERGÜENZA! ¿NÓ OS DA VERGÜENZA? ¡HALA! Castigo general. Del próximo
dinero recibido, cada una pagará una cantidad que irá íntegro para comprar un
perfume y neceser completo a la profesora.
Castigadas sin chuches
En horario del descanso, esquivos ojillos infantiles esperan liberar el
sonajero de llaves que lleva la monjita. Su cintura luce ancha correa, parece
un tonel presionado por la mitad a punto de estallar. Del cinturón cuelga
enorme aro de hierro, donde caen las llaves del convento que cierra estancias
prohibidas. Las niñas la llaman Sor serena en honor al sereno que hace muchos
años patrullaba calles, custodiando en horas nocturnas a señoritas y caballeros
viandantes.
Sor serena, encargada de la vitrina, pesa más de 130 kilos. En días
festivos, las hermanitas hacen comida especial.
La orden religiosa aprovecha el festivo para tomar vinito del cura. Después
de comer mientras las niñas juegan, Sor serena encargada de vigilar la tele y
juegos de las niñas cae profundamente dormida. Al no estar habituada al vinito,
su viejo organismo sucumbe al calor metabólico por exceso de comida y algún que
otro pastelillo. Cae en sopor, roncando una hora en el sofá…muy cerquita de la
ilustre vitrina.
Sus pequeñas miradas hablan, cientos de ojillos tienen el mismo
pensamiento, el mismo idioma -las golosinas- pero han de poder abrir la
vitrina.
No es fácil acceder a la correa de la Sor mientras duerme. El grupo de
llaves que cuelgan del gran aro pueden despertarla. Se necesita pensar para
hacerlo bien. La Sor siente debilidad por la dulce cara angelical de la
mimadita, siendo frecuente cogerla en sus brazos mientras duerme una siestecita.
Se establece un rápido plan.
Cuando vaya a caer dormida, te arrimas a sus brazos, al reconocerte
confiará, así que iniciarás el camino para que nosotras podamos actuar.
Pondremos crema al cierre del cinturón para liberar el aro…pero las llaves
sonarán, entonces Nina dice yo sé cómo quitar el sonido de las llaves para no despertarla.
Se miran entre ellas y se ríen al ser la última de clase, menosprecian su
opinión, pero al discutir un rato las nulas probabilidades de silenciarlas,
terminan pidiendo a Nina que hable. Nina dice que moldeando bastante la
plastilina y dejando las llaves pegadas a ellas silenciarán el ruido, pero ¿de
dónde sacan la plastilina? Nina responde rápida; de la clase de los peques.
El plan
Sor serena cae dormida, rodean sus brazos a la enchufadita dejando caer del
lado izquierdo en el sofá para dejar libre al aro y situar el cierre a favor
del resto que al acecho esperan realizar su trabajo. Untan de Nivea el cierre y
enseguida ponen gran cantidad de plastilina de varios colores, frenando los
movimientos del gran manojo de llaves.
Ya está…la vitrina abierta. Deben darse prisa pues puede acercarse alguien
y descubrirlas. La enchufadita se planta, pide sea ella la primera en coger,
pero no puede soltar de golpe la masa cordera de la sor. Sabiendo el riesgo que
corren, elije tranquilamente cuanto cabe en sus bolsillos, así que es la
primera en salir de la salita. Las demás cogerían chuches con ansiedad y miedo
de ser pilladas con las llaves y manos en la vitrina.
Al cabo de treinta y cinco minutos, Sor Serena despierta, se ve sola, no
hay ruidos, ni una niña en la salita, alegres las ve jugar en el patio. Empieza
a movilizar su pesada carga y al levantarse cae su pesado cinturón al suelo,
cuando se agacha a cogerlo está resbaladizo. No comprende, las llaves están
untadas de plastilina mientras que la vitrina y botes abiertos están vacíos de
golosinas.
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