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Humanos y Chamanes.

Han pasado más de doce años que no coincidimos. Cada diez años
más o menos tenemos un encuentro casual y aprovechamos para hablar sin
profundizar en acontecimientos que han contribuido y marcado nuestro destino.



Cuando lo vi después de haber pasado tantos años, no lo reconocí,
fue él quien me llamó para saludarme. Los años no pasan sin poner su sello:
piel gastada, caída de cabello, obesidad, alteraciones de la visión…y aquellas
otras silenciosas, que no se ven por fuera “las engañosas” que van haciendo
camino en el más absoluto silencio y, un día afloran tocando el tambor. Con
lealtad a la élite de alteraciones metabólicas se unen seguidillas, vienen acompañadas, caen en cascada una a una en tonos de sainetes.



Envejecemos, unos más por fuera que por dentro. Sufrimos daño del
metabolismo interno y también externo. Nadie se libra, todos caemos antes o
después como hojas deshidratadas. Perdemos el agua que nos mantiene frescos,
nos deja quebradizos, porosos la piel y los huesos, dejamos atrás esa tersura
de juventud y lozanía.


¡Claro! Yo también he envejecido, quizás pudiera ser que tenga
más memoria visual que yo, por eso me reconoció al instante en que me vio.

Mira, al final me casé, tengo un hijo de veintitantos años…me
divorcié, comenta.

¿Estás libre, te casaste o vives con alguien? pregunta: «Por
aquellos años vivía sin pareja». Dice, ¿qué tal si cenamos y hablamos?
bien, respondo, me parece bien.

En la cena se desahoga. Guarda resentimiento, se le ve dolido por
el cruel trato recibido por su ex-mujer. Descarga ira y rabia. Siente que fue
tratado duramente por ella. Le escucho, no puedo hacer otra cosa que dejar que
su corazón mitigue parte del dolor que guarda.

Después de haber descargado, sin pretender ofender, sólo cuatro
palabras le digo. Calla unos minutos, no me mira ni responde, ¿te encuentras
bien? le pregunto. Por un momento creí que se levantaría y abandonaría el
restaurante…pero calla, pega un sorbito al vino.

Parece que esté pensando, que medite…sigue sin hablarme. Al cabo
de estar minutos en silencio me dice muy serio. No me vuelvas a repetir jamás
lo que me has dicho. Lo que acabas de decir, sólo me lo ha dicho otra persona
en mi vida; además de tu.

Me cuenta: Viajando en grupo por asuntos de trabajo en un poblado
de África, cierta noche comentan los lugareños del lugar, que en un poblado
vecino vive un chamán, así que el grupo fue a visitarlo. El principal objeto
era conocer, ver de cerca a un ser de prestigio, reconocido por sus poderes. Otro
motivo sería la curiosidad, conocer la veracidad de sus videncias o
predicciones.

El chamán, en privado fue diciendo a cada uno de ellos lo que
consideraría. Cuando le tocó el turno, sólo le dijo las cuatro únicas palabras
que minutos antes yo le dijera.

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