La casa del caracol.

La
noche hace un breve suspiro al llanto de nubes enamoradas.
Salgo
a caminar por el sendero del bosque rodeado de chicharras y denso olor a
fresco y evito que a cada uno de mis pasos bajo mis pies quede el
mapa de vuestro  lecho.
Soy un
titán para tu cuerpo, pero permaneces atento, con tus diminutas lentes,
combatiendo. Valiente eres por salir a mi encuentro. Tus cortas agujas que
enfrentas batiendo, son tus únicas armas que afloras desde dentro.
Cuando
bajo a tu instinto oigo que tienes obras bellas que cubren tus adentros.
Entonces yo te pregunto ¿qué es lo que tienes dentro? y tú me respondes… para
poder verlas, antes he de dejar salir mi cuerpo y que tú puedas ser capaz
de reducirte al límite de mi pequeña y maleable magnitud para que puedas acceder
a verlo.
Me siento
entrar al interior de tu universo. Tus paredes cubiertas de nácar, aceite y
óleo guardan  pinceladas de Miguel Ángel, Velázquez, El Greco, Murillo y
un sinfín de obras talladas en tu fino y curvado cuerpo. Dices que
tus  pinturas se deben a tus mucosas, a ellas debes el óleo
nacarado, la viveza y humedad de tus frescos.
Me
hablas, desde fuera también puedes apreciar mis lienzos, solo que debes
ser capaz de reducir tu tamaño al minúsculo espacio de mi interior para reparar
en ellos.

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