Un fin de semana de abril, sobre la una de la madrugada hubo un apagón que duró toda la noche, dejando en plena oscuridad a todo el pueblo.
Por costumbre, me levanto a contemplar la cúpula celeste y en sombra soledad gozo viendo el zarandeo de luces fluyendo por los cielos.
Al principio creí que la bombilla del faro que alumbra la callejuela próxima al dormitorio se habría fundido y me alegré al ver que sin ella podía divisar el azulado cielo mientras entraba al mundo de los sueños. Cada noche tenebrosa freno el impulso de tirar una piedra a farola porque me priva del placer de observar titilantes guiños, y ocurrió que pudiendo disfrutar viendo el firmamento desde la cama, dormí de un tirón toda la noche.
Llevamos unidos muchos años. El hábito del trabajo hace levantar a mi marido bien temprano “aunque lleva jubilado cuatro años su cuerpo aún no lo sabe y pega un brinco como lo hiciera exactamente durante cuarenta años”. Cuando dan las 6.30 en punto de la mañana, como si fuera un gallo pega un salto y como sonámbulo inicia su rutina matutina. Sin embargo, la noche que hubo apagón ocurrió lo que nunca hizo antes y fue alzarse de madrugada a las 5.30 horas.
Yo que lo veo levantar miro la hora e intuyo que irá al lavabo. Andando dubitativa pienso qué raro…pero sigo acostada, despierta mientras le oigo trajinar en la cocina.
Mientras que descanso analizo lo extraño de su madrugón girada sobre el lado izquierdo de la cama y de pronto noto dejarse caer con suavidad un grandísimo peso que se acuesta tras mi espalda. Sin sentir miedo primero intento con mi cuerpo arrastrarlo fuera de la cama, pero pesa muchísimo, es como si tuviera a mi lado un bloque de hormigón. Intento moverlo para sacarlo de la cama, pero es imposible siquiera moverlo un ápice. Tras unos minutos de infructuoso intento me doy cuenta que estoy siendo abrazada por dos brazos. Permanecen quietos, no me tocan, solo me rodean y para mi sorpresa no siento miedo y comienzo a palpar primero sus brazos y sigo con sus manos. Percibo que son dos y enseguida las identifico. Me parece tan sorprendente lo que estoy viviendo que vuelvo a tocarlas una y otra vez para confirmar que son reales.
Identifico que pese a tener características antropométricas similares a la humana tiene la piel extremadamente suave. Las manos y falanges tienen la suavidad del terciopelo, no parecen articulados y en seguida pienso que puede llevar guantes o quimono completo. Sus brazos y manos como si no tuvieran vida están quietos dejándose tocar y, queriendo saber y entender lo que pasa realizo un gran esfuerzo y en voz alta le pregunto ¡Quién eres! ¡Qué es lo que quieres de mí! y acto seguido me gira con suavidad. Al tenerlo frente a frente veo un rostro humanoide de grandes ojos rubios de una expresión de inmensa bondad, tremendamente cautivadora, de inmediato sentí algo inexplicable, sus ojos expresaban conocerme profundamente, su boca es extraña y a continuación lo aparto con mis brazos, en ese momento su imagen se desvanece.
Enseguida salgo disparada del dormitorio y aviso a mi marido que anda trajinando en la cocina e insisto en que acuda al dormitorio. A continuación, le cuento la experiencia y seguidamente le pregunto ¿Qué pasa hoy? ¿por qué te levantaste una hora antes? y contesta, no lo sé, supongo que mi reloj biológico se equivocó y acto seguido comenta…toda la noche ha permanecido el pueblo sin luz y en cuanto a mí, no sé qué ha pasado ni porqué hoy me levanté antes, es la primera vez que me ocurre.
La siguiente noche a las cuatro de la madrugada me despierta una intensa luz. Entra por la ventana y percibo tanta fuerza que ilumina por completo el dormitorio. Parece haberse invertido la noche por una mañana soleada, pero mi reacción es contraria a mi forma de ser, y en vez de levantarme y abrigarme para observar y fotografiar desde la terraza que es lo que provoca la intensa iluminación, en segundos mi organismo queda atrapado en un grato y profundo descanso.