La súplica del topillo.

En la primera noche
de unas cortas vacaciones hospedada en una Quinta en Portugal, rodeada de lavandas,
ya muy entrada la noche descansaba tendida en una hamaca en solemne oscuridad
cuando de pronto vino a mi regazo un pequeño gatito de enigmáticos ojos verdes,
patas, punta de cola y hocico blancos  y cuyo azulado pelaje brillaba
como si fuera terciopelo.

Suave, sedoso y
tierno se acostó junto a mí, reclamando con contorneo y ronroneo su ración de
mimos.

En ese momento no
sabíamos si habría comido ése día y nosotros teníamos pan y una variedad de
quesos, así que le dimos diferentes trozos  que para nuestra sorpresa
tomó sin dejar restos “qué raro verlo masticar quesos cremosos, gesticulando
como si masticara chicle  para soltarlo de sus fauces y lograr darle un
empujón a su reducido esófago”.

Así que tras un
largo rato de idilio, bien nutrido y sobredosis de caricias, un sonido “para
nosotros imperceptible” le hizo saltar de golpe, despertando de manera abrupta
su instinto felino.

Frente a nosotros
atónitos por la situación inesperada se hallaba botines blancos quieto,
agudizando instintos haciendo frente a un diminuto roedor y, como si
estuviéramos  viendo un documental salvaje, pasó a ser de tierno
minino a fiero león hambriento de un indefenso topillo “que al parecer eligió
mal su trayecto nocturno al no detectar el peligro” al encontrarse botines
blancos en mi regazo demandando mimos.

Fue un instante, cara
a cara, enfrentados víctima y verdugo. El ratoncillo emitió un grito de
clemencia alzándose, levantando sus dos patitas delanteras, como si un guardia
le hubiera  dado el «ALTO» pero botines blancos no atendió a reclamos
y de manera  veloz lo pasó a formar parte del menú de la noche “pese
a haberse saciado de queso”.  

Aaaaaaaaah que
horror, ver latosa escena, oír triturar frágil esqueleto, y como si estuviera
paladeando maxicrujitos de chocolate, CROC, CROC, CROC, CROC terminó zampando todo,
incluso la colita ratonera.

Todo ocurrió tan
rápido que no tuve tiempo de distraer a botines blancos para poner a salvo al
pequeño roedor.

Por Dios, qué
escena tan desagradable ver a botines blancos, tan guapo, lleno de ternezas,
tan melindroso, feroz y bárbaro.

Tras engullirse al
ratoncito, botines blancos vino de nuevo ronroneando dispuesto a seguir
recibiendo mis caricias, pero al saltar sobre mi regazo me resultó incómodo
tenerlo de nuevo sobre mis brazos “fu, fu, fu, fuera de aquí devora topos,
búscate otra hamaca, fuera, vete de aquí… mientras persistía con arrumaco
seductor recibir la ternura de mis manos.

Y mi marido que
había presenciado la escena comenta; cógelo y no le rechaces, quiere tus mimos.
Antes, cuando vino a ti ya estaría cansado de comer roedores. Vive en el campo,
así que seguro que no es el primero y lo acogiste en tus brazos sucumbiendo a sus
ronroneos.

Y yo le respondí, pues
cógelo tú, acaricialo tú, y mi marido responde; él no desea estar conmigo,
acudió a ti antes y lo hace ahora, ya ves, sigue zalamero demandando tus
caricias.  Botines blancos es el mismo gato de antes solo que no
habías presenciado su instinto cazador.

Vale, sí, tienes
razón respondo, pero no lo puedo evitar, no puedo olvidar el frágil grito, la
súplica y patitas en alto del pequeño ratón.

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