La partida.

Despierto en una extraña sala, radiante, armada de acero e
intensa luz. La estancia emite tantos destellos que parece haberse colado al
interior un pedacito de sol.


En el centro una camilla con sábana blanca, cubre, lo
que semeja  ser, el cadáver de un ser
humano.


Por el largo pasillo veo acercarse un par
de batas blancas que dialogan. Cuando pasan junto a mí, siento que no han
percibido mi presencia. Me pregunto cómo es posible que sus ojos no hayan
girado miradas al cruzarse con mis ojos e ignorado por completo mi
existencia.

Entonces, percibo salir suavemente, de
forma volátil, brotar del cuerpo inerte cubierto de sudario. Es el alma
que abre barrotes, libera elementos y abandona esencias para volver ser ente
etéreo, impalpable y escurridiza nada.

Me veo bajar, caminar y unirme a ellos y entrar
suavemente al interior de sus cuerpos. El 
alto con delgadez extrema, moreno con entradas y cabello rizado. El
compañero más bajo, de cabello castaño oscuro, tiene el peso ligeramente
elevado. Siento que no son médicos y que sus batas blancas se deben a que
trabajan en el tanatorio.

Me pregunto cómo puedo entrar en sus cuerpos…algo no
va bien, esto no es normal, es inusual. Entonces percibo que  es mi cuerpo el que descansa, que no me hallo
entre los vivos. Es en ese preciso instante cuando veo y recuerdo claramente el
motivo y momento de mi partida.

Tras darme cuenta de la situación en la que me hallo,
oigo llorar. Reconozco e identifico los llantos y acudo para decirles que no
sufran, que siento inmensa paz.  Formo
parte de un mundo no visible pero consciente de cuanto sucede.

Entonces lucho para que el alma etérea no migre hacia
el mundo inmaterial tantas veces soñado. Sigo formando parte de sus vidas; agua
volátil, viento respirado, soplos de aire inspirado.

  

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