pintorapalopi.com Blog Las llamadas de la muerte.

Las llamadas de la muerte.

Junto a
un escaso grupo de personas, bordeamos paseando las delgadas
arterias de un menguado pueblo, al anochecer. El vacío de
sus callejas, la humedad del ambiente y la bajada de la
niebla reflejaban como azabache sus gastados habitáculos y sus muros.
Me hallo
dentro de un pequeño castillo, rodeado de viejos torreones, larga muralla de
piedra gastada, porosa, calada por el zumbido permanente de agua, aire y frío.
En sus muros brillantes y escurridizos se ven lazos de colores que forma la
luna al tropezar como espejo reflejado en sus tabiques. En
ellas florece musgo de un tierno color verde que al igual que el plancton,
brota por el golpeteo y nutrientes  que arrastra el agua.
Allí,
rodeada por tres personas, me hallaba acompañada. Nos dirigimos hacia el
interior de los aposentos en busca de refugio para el descanso. En sus pasillos
cuelgan viejos candelabros de tenue luz, frágil y etérea como la niebla.
Pasamos
a una pequeña habitación, fría y húmeda carente de luz y calor. En el centro,
una pequeña cama daba las coordenadas de monje en penitencia, carente de
muebles y escaso abrigo. En ese momento, me di cuenta que de las cuatro
personas, habíamos entrado a la habitación dos. Arreglamos el camastro y
acondicionamos un poco el aposento.
Al poco
tiempo, se oyó un ligero toque en la puerta, acto seguido  se oyeron dos golpecitos seguidos de
sonido metálico diferente al primer golpe. Creímos que eran quejidos de
tempestad, de agotamiento que provocan los golpes reiterados a
grietas y fisuras en la roca; del viento cuando cobra voz entre los muros.
Me acerqué a la puerta y abrí una mirilla enrejada que me permitía ver
escasamente  el espacio que
enfrentaba a la puerta. Un caballero alto, delgado, vestido de luto con fajín
color rojo y camisa blanca se encontraba apoyado en la pared con limpios
zapatos negro metálico.  Mirada
hacia abajo, parte de su rostro cubierto por sombrero negro que a modo de
respeto tenía ligeramente inclinado hacia el suelo. Enseguida supe que había
llamado a la puerta. Un suave tok…sonido de madera, dos toques metálicos
respondían al choque de sus limpios  zapatos
de charol.
Sin
palabras, supe que había venido a llevarse a mi compañera. Esperó
respetuosamente a que saliera de la habitación para entrar en ella. Sin mediar
palabra, se quedó esperando, mirando fijamente el frío y húmedo suelo. Pensé
que no podía estar de manera permanente en la habitación para evitar que mi
compañera estuviera sola, así que permanecí un tiempo dentro, también me
mantuve  allí por miedo a ver de cerca el rostro de la muerte.
Recuerdo al salir de frente, que él  de manera respetuosa no levantó la
vista para verme, ni hizo el menor movimiento.
También
recuerdo que fuimos a buscar alojamiento fuera del castillo. En la
habitación ayudaba a otra compañera en arreglarla, cuando volvimos de
nuevo a oír los tres golpes que percibiéramos en el palacete. No creímos
que pudiera pasar igual, pero al abrir la puerta, vi de nuevo la misma
imagen del caballero. Supe que había venido a llevársela. Salí, lo tuve muy
cerca de mí.  Igualmente
respetuoso; quieto, callado, sin prisas. A la espera para entrar se encontraba
el caballero vestido de luto con sus zapatos limpios,  negros color metal, cabeza baja
con sombrero inclinado hacia el suelo a modo de respeto.
De
nuevo, las dos viajamos en búsqueda de alojamiento muy lejos de aquel lugar
para evitar tropezarnos con el caballero. En una habitación de hotel,  alejadas de su  acecho nos disponíamos a descansar.
Hablábamos como si nada hubiera pasado, nos habíamos olvidado de lo ocurrido y
cuando creíamos que estábamos seguras, oímos de nuevo los tres golpes, uno
en la madera y dos metálicos. No creíamos que fuera verdad pero él estaba
de nuevo allí. Recuerdo quedarme un tiempo junto a ella. Entendí que cuando
viene a llevarnos, no hay lugar ni distancias seguras que eviten su trabajo.

Respetuosamente
esperó a que abandonara la habitación. Supe intuitivamente que no había llegado
mi hora. Me llamó la atención su porte elegante de traje y sombrero negro. El
gran grado de respeto, su silencio y  su espera, cabizbajo.
www.relatosdepatricia.blogspot.com.es

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Related Post