Salíamos de viaje en un gran autobús repleto de personas adultas. Íbamos a
visitar un pueblo rodeado de bellos bosques alojado en profundo valle. Para
descender había que dar cuantiosos volteos.
Se decía que debido a su ubicación, sus
pobladores tenían poco contacto con otras villas del valle. Se habían adaptado
a sus recursos y sobrevivían con armonía. Decían del pequeño lugar, que el
aislamiento de sus aldeanos hizo que cuidaran con esmero la naturaleza que les
rodeaba y llegaron a tal cuidado y mimo con su medio que los jóvenes se
hicieron grandes artesanos de la madera. Como sus leyes no les permitían herir
árboles y sacar leños de ellos, llegaron al acuerdo de talar un lado de sus
troncos, dándoles formas de situaciones humanas y de esta manera, no sentirse
tan aislados del mundo… se dice que por las noches y especialmente
cuando baja la niebla los árboles del pueblo hablan con sus vecinos.
Cuando bajamos al pueblo me llamó la
atención que pese a la profundidad del valle hubiera intensa claridad. De
madrugada tibios soplos de calor sacudían múltiples mariposas artesanas
de diferentes cristales que, alojadas sobre bóvedas, torres y tejados
respondían estrepitosas a cada albor mostrando filtros galanes de variados
matices, irradiando de luz al pequeño poblado. Quedé sin entender cómo podían
atraer los rayos del sol desviándolos hacia la profundidad del valle.
Perdí el rastro de mis compañeros y me
vi paseando sola por sus calles. En una acera habían dejado un carro lleno de
juguetes. Me acerqué y aprecié que estaban en muy buen uso. Allí no había nadie
y los juguetes estaban nuevos, así que… decidí llevármelos. Eran muy
curiosos, no los había visto nunca y además eran preciosos. Había un sonajero
redondo, donde las protuberancias eran del cabello y rostro de una niña. Al
cogerlo se empezaron a mover las bolas de su interior y comenzó a sonreír. Me
di cuenta más tarde que su aspecto y color cambiaba según el paso del día.
Sus tres rostros de diferentes colores reflejaban la mañana, la tarde
y la noche. Entendí que los sonajeros acompañaban a los
bebés indicándoles el paso del tiempo. Me dije ¡que buen invento!,
así los bebés pueden entender en qué momento están y sabrán cuando les
llega el sueño de la noche.
Arrastrando el carrito cargado de
mágicos peleles me vi preguntando a los vecinos del lugar la parada del
vehículo para unirme al grupo, pero no se qué pasó que volví a perderme de
nuevo y me vi atraída hacia una gran avenida donde sus árboles eran de un
tamaño gigantesco. Calculé por la formación de sus troncos que debían
tener varios siglos. Sus ramas estaban tan estrechamente entrelazadas unas con
otras que me pregunté cómo harían sus jóvenes artesanos para armonizar el
entrelazado sin cortarlas.
Al acercarme a la arboleda vi que cada
árbol tenía frente a su tronco una silla, además de artículos de artesano, como
si fueran pintores. Me pregunté que estarían haciendo ¡no son pintores porque
los asientos están colocados cerquita del tronco! Me acerqué a un hermoso soto
y enseguida vino un chaval dispuesto a responder a mis preguntas.
Se presentó como su artesano. Me explicó que los troncos del parque tenían
tallado en miniatura situaciones humanas de diferente índole. El había construido
las de un grupo familiar del pueblo representando al padre, madre, hijos y
abuelos cada uno en sus quehaceres diarios. Decía que desde hacían varios
siglos, los arbustos habían llegaron a un acuerdo con sus gentes. A cambio de
no podarlos para vivir de sus maderas, ellos cubrirían sus necesidades dando
vida a las figuras talladas durante la noche advirtiendo el peligro
o daño próximo, además de protegerlos del frío durante la noche porque sus
troncos emanarían calor a falta de leños. El calor y la humedad nocturna les
proporcionarían un aumento de sus frutos. Así lo hicieron durante siglos
cuidando ambas partes su compromiso.
Le pregunté ¿Cómo os avisan las tallas
humanas unidas a su tronco? Muy fácil, verás, dijo cuando algo va a ocurrir y
afecta al pueblo en general, todas las tallas artesanas de los troncos se
encienden como antorchas y no dejan de movilizar sus ramas, es una señal de aviso que advierte de peligro para el pueblo. Ante algún accidente de uno de los
vecinos, al estar representadas las familias en sus troncos, el árbol avisa de
la familia que va a correr este riesgo, y así llevamos siglos de paz y
armonía. Nosotros cuidamos celosamente de ellos porque nos protegen y ayudan y
además nos aportan muchos beneficios.
Cuando quise darme cuenta era de noche,
el vehículo se había marchado. Me refugié y encontré durmiendo en medio del
paseo, al abrigo del calor que los árboles emanaban, aferrada al sonajero de
las tres caras, en el centro del paseo donde los árboles hablan.