CUENTO: La granja de Pedrolo. (I)

En una
reducida aldea de un poblado montañoso, algunos días se dejaba  ver un
gallardo ermitaño, no muy mayor llamado Pedrolo. Parecía no tener familia
pues las veces que se dejara ver, deambulaba solo. Los residentes de la aldea
comentaban; Hace como que pasea pero busca alimento…y las tenderas del mercado
 decían bajito; Los andrajos que le cuelgan no ocultan vigorosa
figura.
Pedrolo
suele bajar al mercado los jueves. Queda anclado en muros grises, antaño
fueron, contrafuertes nacarados defensoras del convento. Anda apoyado,
distraído por vaivenes de tenderos y amitas de casa, y, antes que el mercado
cierre entra a limpiar el suelo de verdura y fruta que nadie quiere. Baja la
visera para ocultar sudores en su agotada frente “evasivas para evitar miradas de
la gente”.
Los
habitantes le ayudarían, se volcarían si recibieran ayuda cuando cargan y
cargan cajas de panes, carnes, quesos, verduras y frutas. Sus fuertes brazos
reducirían esfuerzos y a la vez, establecería lazos con sus vecinos. Un acto de
voluntad, de ayuda para aliviar trabajo no precisa contrato, hablaría  con
sus moradores y aliviaría la soledad que padece. 
Dicen
que vive en un pequeño recinto de tierra plana, al abrigo de tupidas colinas y
cumbres altas. Allí, el impetuoso aire peina y desprende la tierra de su lecho.
Más tarde, cuando culmina bravura y fuerza vierte el reloj arenoso de seda
arenilla alzando colosos rombos piramidales. Son sepulcros confinados,
montículos lejanos, izados airosos con arrojo y tempestades.
Al
centro, magnas rocas amparan su pequeño corral o cabaña. Cerca de su choza cae
oprimida cascada que arrastra cantos helados de lluvia brava, y ronroneando,
ronroneando, como gatito mimado; roo, roo, roo, roo, la deja correr sumisa,
exquisita, fresca y blanda tras dejarla retozar y virar veloz, viéndola
resbalar, alzarse una y otra vez por piedras aceitosas de gravilla refinada.
Allí 
tiene su hogar Pedrolo que vive en compañía de  Yana, una joven cabrita
que encontró perdida al alejarse de sus hermanas al frenar su pasito, al
llegarle en mala hora el momento del parto. Murió la criatura esperada y quedó
balando Bee, Bee, Bee, desorientada y enfermita al tener sus cantimploras
llenas. 

Vagando y clamando clemencia la encontró Pedrolo dando tumbos por el campo.
La pobre
Yana sintió revivir cuando Pedrolo la encontrara, ¡qué alivio para Yana! y
¡consuelo para Pedrolo!, que sin trabajar obtuviera una cabrita sin costarle
plata. Come hierbas, hierbas que nadie reclama, deja limpios los campos y
encima hace milagros la Yana,  transforma el verde pasto en rica leche por
las mañanas.
Más
tarde se unió a la familia Kity, una pequeña gallina que al quedarse sola sin
vender le fue regalada por una gitana, a última hora, antes de cerrar el
mercadito del jueves.
Su
hogar es su granja “si se puede decir granja a sólo dos animales”. Por el día
pasean y pastan praderas, campos y montes. A la noche, Yana con su blanca
barriguita calienta los fríos pies de su amo, mientras que Kity duerme en los
brazos de Pedrolo.  Ambas dóciles, más tiernas y tranquilas que un coala
viven en la única habitación de la granja, cubierta de ramas, maderas, cartones
y chapas.
Kity
creció cacareando feliz al recibir los abrazos y mimos de Pedrolo, que sentada
en su hombro, paseaba alto sin ensuciarse plumas ni patas.  La cabrita
feliz una vez ordeñada, salía con su amo a pastar cada mañana. Pedrolo nunca
pensó que tuviera que trabajar para vivir, se había acostumbrado a la pobreza
con riesgo de una corta vida, a no ser por la suerte de encontrar a Yana y le
regalaran a Kity.
Yana,
generosa cada mañana contribuía con su leche y Kity pronto pondría huevos,
contribuyendo ambas a su sustento.
Kity,
una mañana sintióse estallar al salir de su pequeñito cuerpo  un huevecito
(para ella gigantesco). Entonces  Pedrolo  no recordaba haberse
sentido nunca antes tan feliz al ver cumplidos sus deseos. 
Iban
pasando los días y Pedrolo paseaba orgulloso prados y bosques para que Yana
rumiara pastos de fresca hierba. Después, se acercaban a campos de maíz y
huertas para que Kity picoteara hortalizas, verduras y frutas maduras.
Pedrolo
acude como siempre al  mercado los jueves, pero ahora no pasea solo, queda
fuera, espera, observa, y cuando todo termina, se acerca a llenar bolsas de
alimentos abandonados en cajas y suelos.
Cuando
los vecinos lo ven llegar, Kity salta del hombro de Pedrolo al lomo de Yana y
como pavo de corral extiende altanera cucos mechones de  plumas lamidas.
Más que una gallina, parece  escultura de boj, bien encerada y pulida de
las caricias que recibe.

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